
miércoles, 28 de mayo de 2008
Un montubio falsificado
El presidente del Banco Central del Ecuador, Robert Andrad
e, ha salido a declarar ayer a los medios de comunicación que en la comunicación enviada por ésta entidad al Archivo Histórico del Guayas y a la Fundación Miguel Aspiazu Carbo el 19 de mayo del año en curso en que se comunicaba "la imposibilidad de continuar brindando el aporte económico a favor de ambas entidades" se ha producido "un mal entendido" (sic).El servidor de la Revolución Socialista agrega que "en ningún momento se ha pensado siquiera en deshacerse ni dejar de por medio un contrato de comodato que en el año 80 el Banco Central suscribió con el Patronato Archivo Histórico del Guayas". Esto consta textualmente en una noticia aparecida en el periódico virtual Ecuador Inmediato, muy afín al Socialismo del Siglo XXI y cuyo director participó de la última gira presidencial al Europa, lo cual permite adjudicar veracidad a la noticia.El funcionario Andrade quiere limpiar una embarrada monumental de quien firmó el oficio, Ing. Hernán Salazar Vásquez, gerente de la Sucursal Mayor, el que afirma en el documento que la supresión del aporte oficial se debía " a deficiencias presupuestarias que afectan el desarrollo normal de las autoridades del Banco Central del Ecuador lo que impide igualmente, desde el punto de vista legal, adquirir obligaciones sin contar con los recursos suficientes para ello" (sic).Es claro que lo que se le ordenó decir al gerente Vásquez es que las deficiencias presupuestarias" afectaban "el desarrollo normal de las actividades del Banco Central", pero un misterioso fenómeno de la psiquis burocrática lo obligó a errar diciendo la verdad: la condición subalterna que tiene hoy el Banco frente a los designios imperiales que parten de Carondelet "afectan el desarrollo normal de las autoridades" que han asumido hoy, por tanto, el papel de personas mental y espiritualmente subdesarrolladas.Y hay otra arista muy grave. El oficio GSMG-343-2008 enviado al director del Archivo Histórico ordenaba la restitución inmediata de los bienes entregados por el Banco en comodato. Muy eficientemente la Directora Cultural Regional del Banco, Mariella García, dispuso que tres ordenanzas de su oficina realicen los procedimientos para quitarle los bienes al Archivo. No se vaya a decir que ahora que "La Patria ya es de todos" los trámites burocráticos se demoran.El escritor y periodista colombiano José María Vargas Vila dijo alguna vez una verdad muy aplicable al caso que hemos reseñado: "La hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud".La orden para liquidar al Archivo Histórico del Guayas vino desde Carondelet pues, como en los tiempos de Pinochet en Chile, en Ecuador no se mueve ni una hoja sin que el Emperador de los Andes lo sepa. ¿O quiere el presidente del Banco hacernos creer que fue una broma de algún funcionario de segunda categoría? ¿O que el gerente de la Sucursal Mayor interpretó mal una disposición referida a otra entidad?Vivimos tiempos en que se están sentando las bases, en Quito y en Montecristi, de un régimen autoritario, soberbio, intolerante y abarcador dirigido por un megalómano que asume posturas de izquierda con una prédica de cambi, sin decirnos a favor de quién va a cambiar la conducta del Estado. Debe haber ocurrido que el todopoderoso secretario general de la administración, que administra muy bien los negocios de estadística, encuestas y publicidad del régimen, encargó a una de las empresas que le son afines, un sondeo sobre el impacto en Guayaquil de una medida destinada a sepultar su historia contenida en el Archivo Histórico del Guayas.La encuesta debió haber sido muy perjudicial para el gobierno y para el interés del referéndum constitucional por lo que se dio marcha atrás al proyecto de destrucción del Archivo.Según el presidente del Banco Central, su jefe, Rafael Correa, ratificó su apoyo a que le entidad bancaria oficial siga entregando los 300 mil dólares anuales al Archivo.El presupuesto del Banco Central para el fomento de las actividades culturales en el país es de 30 millones de dólares por lo que lo que se entrega al Archivo Histórico del Guayas no es sino el 1 por ciento del presupuesto. El resto se lo reparte en otros lugares de la república.La actitud negativa de Correa hacia lo que el propio Banco Central llama "las tareas de perservación de la memoria espiritual e histórica del país" no es de hoy. Pocos días después de su posesión expresó su animadversión a que el Banco Central invierta en cultura, lo cual motivó una dura respuesta del actual director del Archivo, el historiador José Antonio Gómez, en una de las columnas que escribía en la página editorial de El Universo.En las alturas del poder el papel asumido por el Archivo Histórico del Guayas desde su creación no satisface la visión quiteñocentrista de la historia. El Archivo ha dedicado sus últimos años a revalorizar las culturas del Litoral y ha intensificado su labor académica y científica para que el papel del montubio en la vida del país, desde su creación hasta hoy, sea reconocida. Y eso produce un escozor inveitable en ciertas gentes.La odiosa intención de disponer la muerte del Archivo Histórico del Guayas no puede borrarse con declaraciones melifluas. El Archivo tiene enemigos de leva y corbata, de anaco, y también de cotona y sombrero que se suben a un caballo con un machete para fingir su montubiez, aunque en el turbio fondo de su hipocresía se agita la perfidia a todo lo que huela a campo costeño, a cacao y a río caudaloso.

miércoles, 21 de mayo de 2008
El odio a la ciudad en que se nace
Un compañero de trabajo, con quien comparto el placer de la lectura, me presta un libro pequeño que contiene una novela corta escrita por un compatriota suyo, el escritor colombiano Jaime Echeverri. Su título es Corte Final.
Hace rato que no leo a un novelista colombiano. Creo que la última vez fue a Fernando Vallejo, a quien conocí en su visita al diario en que trabajo en Nueva York, y su famos
a Virgen de los sicarios.
La novela plantea un drama original y cautivante: la relación siniestra y desgarrada entre el personaje (Néstor) y la ciudad donde nació. Una relación de odio.
Néstor recibe un telegrama en el que le informan de la muerte de su madre y la necesidad de que vuelva de su exilio voluntario a la Manizales de su infancia y juventud. La psiquis del personaje se estremece ante la perspectiva de un viaje al pasado sembrado de dramas y un reencuentro con los valores que hoy aborrece y que él ha preferido olvidar residiendo en otro lugar por el que tiene mayor sentido de pertenencia e identidad.
Como el Mersault de Albert Camus, Néstor es un extranjero en la ciudad donde nació y creció. Hay un muro de odio que lo separa de ese origen y de su pasado. Acepta volver no porque la muerte de su madre reviva en él algún rescoldo de amor. Otra vez como al Mersault de “El extranjero”, su madre, su tránsito final no le provoca la menor reacción en su cerebro o en su corazón. Vuelve porque es hora del corte final. Como lo describe el prologuista de la novela, el poeta colombiano Juan Manuel Roca, “se trata de un ajuste de cuentas con su ciudad”. Y agrega Roca: “ese caminante (Néstor) que regresa al pasado, un tiempo al que mira por un espejo retrovisor para evitar la maldición de la estatua de sal, ve a su padre suicida pendulando en la ducha, a su madre, comida por las murmuraciones y las mediocridades, y una legión de mujeres que son como una especie de ejército de salvación, de visa para entrar y salir del vacío”.
Aspira el protagonista a salir de Manizales limpio de recuerdos y de afectos, si alguna vez tuvo alguno, saldada su deuda con un pasado que empieza a no existir porque es la única manera de que quede intacto el odio que siente por su ciudad a la que ve como “un vestido de mujer tirado sobre el mueble después de un baile de disfraces”.
Conmueve en sus pocas páginas Echeverri con su Corte Final porque escarba la hondura de un tema para el diván de un psiquiatra: el odio enfermizo a la ciudad donde uno nació y a la que todos –casi todos- aman y desean guardarla siempre en la memoria.
Es fácil odiar dicen los expertos porque el odio es una emoción supremamente simple que se hace enormemente atractiva a cierto tipo de mente y de personalidad porque no hace demanda en nuestro proceso mental. Aquel que odia rechaza la comprensión, desprecia el tacto, condena la paciencia y no soportará alguna herida o desilusión sin pronta revancha. Además, siendo la más simple de las emociones, el odio también puede ser lo más completo para cierta clase de persona, porque le provee a él o a ella de un significado para la vida, algo a que oponerse o a que culpar, para aliviar el sentido de frustración o de fracaso. Más que todo, a causa de su simplicidad seductiva, el odio parece remover la necesidad para razonar, lo cual es una carga intolerable para mucha gente y para cualesquiera de sus esfuerzos auxiliares, tales como leer, analizar, estimar y juzgar. El odio sólo tiene una función y un sólo objetivo.
En Wikipedia se define al odio como “un sentimiento negativo, de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, situación o fenómeno, así como el deseo de evitar, limitar o destruir aquello que se odia. El odio puede generar aversión, sentimientos de destrucción, destrucción del equilibrio armónico y ocasionalmente autodestrucción. Odiamos lo que no podemos amar, tener o controlar”.
Cuando desde el Palacio de Carondelet, fuente de todas las decisiones de la Asamblea de Montecristi, se envió la orden de legalizar el comercio informal, no se pensó en los cientos de miles de compatriotas marginados que deben salir a diario a vender cualquier baratija para llevar unos cuantos panes a la la mesa familiar más desierta que nunca ahora que “la patria ya es de todos”. La mentalidad perversa del “loco que odia” (un clon del “loco que ama”) trataba de fraguar un bien organizado plan para que Guayaquil vuelva a ser aquella de los tiempos del PRE cuando se comerciaba con los espacios en las calles para convertir a la ciudad en una réplica de Calcuta. Guayaquil ordenado, limpio, atractivo cada vez mayor del turismo, es un presente que hay que destruir. El Néstor de Corte Final aborrece el pasado que vivió en Manizales. El Rafael de la Revolución Ciudadana, una novela siniestra en espera de autor, aborrece pasado, presente y futuro de Guayaquil, la ciudad en que nació y creció, y a la que le agradaría verla ardiendo como en los tiempos de las invasiones piráticas o del “Incendio Grande”.
El otro objetivo es provocar la confrontación social entre los comerciantes informales que reclaman las calles para su negocio con el apoyo del gobierno central y las autoridades municipales que tratan de imponer el orden. De esta manera los primeros votarán por el SI en el referéndum constitucional, aunque luego el presidente los ponga en vereda a sangre y fuego como en Dayuma.
El español Gil Calvo sostiene que “la lucha contra la dictadura no comienza cuando alguien toma las armas, sino cuando alguien osa decir, abierta o clandestinamente lo prohibido”. El periodismo crítico y no comprometido está en la obligación de decir, en todos los espacios posibles, que se ha instalado una dictadura tanto en Carondelet como en Montecristi y que el odio va carcomiendo cada día la nación.
Hace rato que no leo a un novelista colombiano. Creo que la última vez fue a Fernando Vallejo, a quien conocí en su visita al diario en que trabajo en Nueva York, y su famos

La novela plantea un drama original y cautivante: la relación siniestra y desgarrada entre el personaje (Néstor) y la ciudad donde nació. Una relación de odio.
Néstor recibe un telegrama en el que le informan de la muerte de su madre y la necesidad de que vuelva de su exilio voluntario a la Manizales de su infancia y juventud. La psiquis del personaje se estremece ante la perspectiva de un viaje al pasado sembrado de dramas y un reencuentro con los valores que hoy aborrece y que él ha preferido olvidar residiendo en otro lugar por el que tiene mayor sentido de pertenencia e identidad.
Como el Mersault de Albert Camus, Néstor es un extranjero en la ciudad donde nació y creció. Hay un muro de odio que lo separa de ese origen y de su pasado. Acepta volver no porque la muerte de su madre reviva en él algún rescoldo de amor. Otra vez como al Mersault de “El extranjero”, su madre, su tránsito final no le provoca la menor reacción en su cerebro o en su corazón. Vuelve porque es hora del corte final. Como lo describe el prologuista de la novela, el poeta colombiano Juan Manuel Roca, “se trata de un ajuste de cuentas con su ciudad”. Y agrega Roca: “ese caminante (Néstor) que regresa al pasado, un tiempo al que mira por un espejo retrovisor para evitar la maldición de la estatua de sal, ve a su padre suicida pendulando en la ducha, a su madre, comida por las murmuraciones y las mediocridades, y una legión de mujeres que son como una especie de ejército de salvación, de visa para entrar y salir del vacío”.
Aspira el protagonista a salir de Manizales limpio de recuerdos y de afectos, si alguna vez tuvo alguno, saldada su deuda con un pasado que empieza a no existir porque es la única manera de que quede intacto el odio que siente por su ciudad a la que ve como “un vestido de mujer tirado sobre el mueble después de un baile de disfraces”.
Conmueve en sus pocas páginas Echeverri con su Corte Final porque escarba la hondura de un tema para el diván de un psiquiatra: el odio enfermizo a la ciudad donde uno nació y a la que todos –casi todos- aman y desean guardarla siempre en la memoria.
Es fácil odiar dicen los expertos porque el odio es una emoción supremamente simple que se hace enormemente atractiva a cierto tipo de mente y de personalidad porque no hace demanda en nuestro proceso mental. Aquel que odia rechaza la comprensión, desprecia el tacto, condena la paciencia y no soportará alguna herida o desilusión sin pronta revancha. Además, siendo la más simple de las emociones, el odio también puede ser lo más completo para cierta clase de persona, porque le provee a él o a ella de un significado para la vida, algo a que oponerse o a que culpar, para aliviar el sentido de frustración o de fracaso. Más que todo, a causa de su simplicidad seductiva, el odio parece remover la necesidad para razonar, lo cual es una carga intolerable para mucha gente y para cualesquiera de sus esfuerzos auxiliares, tales como leer, analizar, estimar y juzgar. El odio sólo tiene una función y un sólo objetivo.
En Wikipedia se define al odio como “un sentimiento negativo, de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, situación o fenómeno, así como el deseo de evitar, limitar o destruir aquello que se odia. El odio puede generar aversión, sentimientos de destrucción, destrucción del equilibrio armónico y ocasionalmente autodestrucción. Odiamos lo que no podemos amar, tener o controlar”.
Cuando desde el Palacio de Carondelet, fuente de todas las decisiones de la Asamblea de Montecristi, se envió la orden de legalizar el comercio informal, no se pensó en los cientos de miles de compatriotas marginados que deben salir a diario a vender cualquier baratija para llevar unos cuantos panes a la la mesa familiar más desierta que nunca ahora que “la patria ya es de todos”. La mentalidad perversa del “loco que odia” (un clon del “loco que ama”) trataba de fraguar un bien organizado plan para que Guayaquil vuelva a ser aquella de los tiempos del PRE cuando se comerciaba con los espacios en las calles para convertir a la ciudad en una réplica de Calcuta. Guayaquil ordenado, limpio, atractivo cada vez mayor del turismo, es un presente que hay que destruir. El Néstor de Corte Final aborrece el pasado que vivió en Manizales. El Rafael de la Revolución Ciudadana, una novela siniestra en espera de autor, aborrece pasado, presente y futuro de Guayaquil, la ciudad en que nació y creció, y a la que le agradaría verla ardiendo como en los tiempos de las invasiones piráticas o del “Incendio Grande”.
El otro objetivo es provocar la confrontación social entre los comerciantes informales que reclaman las calles para su negocio con el apoyo del gobierno central y las autoridades municipales que tratan de imponer el orden. De esta manera los primeros votarán por el SI en el referéndum constitucional, aunque luego el presidente los ponga en vereda a sangre y fuego como en Dayuma.
El español Gil Calvo sostiene que “la lucha contra la dictadura no comienza cuando alguien toma las armas, sino cuando alguien osa decir, abierta o clandestinamente lo prohibido”. El periodismo crítico y no comprometido está en la obligación de decir, en todos los espacios posibles, que se ha instalado una dictadura tanto en Carondelet como en Montecristi y que el odio va carcomiendo cada día la nación.
martes, 13 de mayo de 2008
Matón colosal del siglo XXI
Hoy martes 13 de mayo el programa Contacto Directo que dirige Carlos Vera en la cadena Ecuavisa mostró un video en el que aparece el presidente Rafael Correa agrediendo a un joven inmigrante ecuatoriano en Madrid, quien tuvo la valentía de reclamarle por la negligencia del gobierno en la defensa y protección de quienes vivimos fuera del país.
Visiblemente ofuscado Correa, amparado en la protección de dos docenas de guardaespaldas militares, invitó al jovencito compatriota a cruzar golpes y luego lo insultó gritándole !Idiota, por gente como ustedes es que queda mal el país!
El ultraje nos llega a todos los inmigrantes que
alguna vez dimos crédito no a los cantos de sirena sino al silbido de serpiente de quien se proclamaba adalid de un cambio en el carcomido andiamaje político de la república.
En la bravuconería de quien se siente protegido por un chaleco antibalas y una guardia de matones subyace la cobardía de quien, solo, no sería capaz de desafiar a nadie. Esa es una vieja lección de barrio. Y ese tono desafiante y cafichero no es un ex abrupto, es una constante ya conocida por los periodistas, los opositores políticos, los que intentan contradecir al presidente al interior del Palacio de Carondelet en las filas de Alianza País y que lo escuchan todos los días proferir epítetos impublicables a ministros, asesores, secretarias y a cuanto ser humano se le atraviese en su camino de emperador, y los humildes habitantes de Dayuma a quienes ordenó agredir con una "valentía" que no la tuvo con las FARC, sus aliadas en la Coordinadora Continental Bolivariana. Es la misma postura agresiva que han visto los mineros, los dirigentes de la CONAIE y Pachacutec y la señora Margarita Arosemena, directora de la Casa del Hombre Doliente a la que le gritó "vieja pelucona" mientras lo aplaudían los cipayos que lo custodian.
El ex presidente José María Velasco Ibarra al referirse al ex alcalde de Guayaquil Assad Bucaram lo llamó alguna vez "Matón colosal". Hoy no existe la más leve duda de que el matonismo colosal ha resucitado en la figura de alguien quien se presentó como un demócrata y hoy muestra la mugrienta hilacha de la corrupción, el autoritarismo, la gula de poder y un instinto patológico que lo impulsa a la agresión hacia todo aquel que ose discrepar con las verdades pontificias de su papado y del socialismo del siglo XXI.
Nadie puede atribuírnos a los emigrantes actitudes o conductas que empañen la imagen del país. En cualquier lugar del mundo somos reconocidos como una comunidad honesta y dedicada al trabajo sacrificado que sostenemos la economía de un país que nos obligó a abandonar nuestras raíces y nuestros afectos.
No somos los emigrantes los que hacemos quedar mal al Ecuador. Quienes nos llenan de oprobio en las páginas de los diarios y las pantallas de televisión del extranjero son los políticos que conducen al país al abismo de la confrontación y el odio. Los que amparan la corrupción oficial y se benefician de ella. Los que encubren a los corruptos que negocian a escondidas con tenedores de bonos de la deuda externa, a los cónsules que denuncian a Inmigración a sus propios compatriotas y a sus "profesores" sorprendidos con las manos en la masa. Los que suscriben contratos millonarios con empresas extranjeras sin licitación previa. Averguenzan al país lo que entregan su territorio a una fuerza irregular extranjera conocida por sus crímenes y su vinculación con el tráfico de drogas. Los que ordenan espiar a la Asamblea Constituyente por fuerzas militares y luego recurren a la cobarde excusa de que "no sabían nada". Los que se aterran ante la advertencia de una investigación de los fondos de campaña y califican de "traidores a la patria" a quienes se atreven a hurgar en ese basural infecto desratizado por una maniobra del obsecuente Tribunal Supremo Electoral.
Si alguna conducta de los emigrantes contribuyó a dañar la imagen del país fue haber votado por Rafael Correa para presidente de la república. Esa cruz si estamos dispuestos a cargar, aunque nos exculpa el haber sido inducidos a error por la ofertas de que habría un "gobierno de los inmigrantes", una falacia perversa que nos ha conducido al más penoso desencanto. No hay que olvidar que la cónsul en Nueva Jersey, delatora de los inmigrantes indocumentados, fue respaldada por el presidente Correa quien instó a esa funcionaria a que siga denunciando a los "sin papeles" que llegaran a la oficina consular. La Secretaría Nacional del Inmigrante es una dependencia inútil creada para estimular el ocio burocrático de los amigos del presidente.
Nos averguenza sí el haber enviado a la Asamblea Constituyente a un representante por Estados Unidos y Canadá que fue impuesto por Correa luego de seis días de campaña en la Unión Americana, pese a haberle informado sus propios partidarios que tenía una ficha policial en la Policía Técnica Judicial. "A mí no me importa, lo único que quiero es gente que vaya a votar por nuestras propuestas" fue la contestación de Correa a viva voz en un mítin realizado en un edificio esquinero de la Avenida Roosevelt y la calle 103 en Queens.
Nada ha cambiado en el país de la poliquería, la triquiñuela y el negociado. Sólo los rostros de los beneficiarios han variado. El presidente Correa es un Fabián Alarcón más crecidito, un Abdalá Bucaram sin acné y un Lucio Gutiérrez sin charreteras. Nada más.
Visiblemente ofuscado Correa, amparado en la protección de dos docenas de guardaespaldas militares, invitó al jovencito compatriota a cruzar golpes y luego lo insultó gritándole !Idiota, por gente como ustedes es que queda mal el país!
El ultraje nos llega a todos los inmigrantes que

En la bravuconería de quien se siente protegido por un chaleco antibalas y una guardia de matones subyace la cobardía de quien, solo, no sería capaz de desafiar a nadie. Esa es una vieja lección de barrio. Y ese tono desafiante y cafichero no es un ex abrupto, es una constante ya conocida por los periodistas, los opositores políticos, los que intentan contradecir al presidente al interior del Palacio de Carondelet en las filas de Alianza País y que lo escuchan todos los días proferir epítetos impublicables a ministros, asesores, secretarias y a cuanto ser humano se le atraviese en su camino de emperador, y los humildes habitantes de Dayuma a quienes ordenó agredir con una "valentía" que no la tuvo con las FARC, sus aliadas en la Coordinadora Continental Bolivariana. Es la misma postura agresiva que han visto los mineros, los dirigentes de la CONAIE y Pachacutec y la señora Margarita Arosemena, directora de la Casa del Hombre Doliente a la que le gritó "vieja pelucona" mientras lo aplaudían los cipayos que lo custodian.
El ex presidente José María Velasco Ibarra al referirse al ex alcalde de Guayaquil Assad Bucaram lo llamó alguna vez "Matón colosal". Hoy no existe la más leve duda de que el matonismo colosal ha resucitado en la figura de alguien quien se presentó como un demócrata y hoy muestra la mugrienta hilacha de la corrupción, el autoritarismo, la gula de poder y un instinto patológico que lo impulsa a la agresión hacia todo aquel que ose discrepar con las verdades pontificias de su papado y del socialismo del siglo XXI.
Nadie puede atribuírnos a los emigrantes actitudes o conductas que empañen la imagen del país. En cualquier lugar del mundo somos reconocidos como una comunidad honesta y dedicada al trabajo sacrificado que sostenemos la economía de un país que nos obligó a abandonar nuestras raíces y nuestros afectos.
No somos los emigrantes los que hacemos quedar mal al Ecuador. Quienes nos llenan de oprobio en las páginas de los diarios y las pantallas de televisión del extranjero son los políticos que conducen al país al abismo de la confrontación y el odio. Los que amparan la corrupción oficial y se benefician de ella. Los que encubren a los corruptos que negocian a escondidas con tenedores de bonos de la deuda externa, a los cónsules que denuncian a Inmigración a sus propios compatriotas y a sus "profesores" sorprendidos con las manos en la masa. Los que suscriben contratos millonarios con empresas extranjeras sin licitación previa. Averguenzan al país lo que entregan su territorio a una fuerza irregular extranjera conocida por sus crímenes y su vinculación con el tráfico de drogas. Los que ordenan espiar a la Asamblea Constituyente por fuerzas militares y luego recurren a la cobarde excusa de que "no sabían nada". Los que se aterran ante la advertencia de una investigación de los fondos de campaña y califican de "traidores a la patria" a quienes se atreven a hurgar en ese basural infecto desratizado por una maniobra del obsecuente Tribunal Supremo Electoral.
Si alguna conducta de los emigrantes contribuyó a dañar la imagen del país fue haber votado por Rafael Correa para presidente de la república. Esa cruz si estamos dispuestos a cargar, aunque nos exculpa el haber sido inducidos a error por la ofertas de que habría un "gobierno de los inmigrantes", una falacia perversa que nos ha conducido al más penoso desencanto. No hay que olvidar que la cónsul en Nueva Jersey, delatora de los inmigrantes indocumentados, fue respaldada por el presidente Correa quien instó a esa funcionaria a que siga denunciando a los "sin papeles" que llegaran a la oficina consular. La Secretaría Nacional del Inmigrante es una dependencia inútil creada para estimular el ocio burocrático de los amigos del presidente.
Nos averguenza sí el haber enviado a la Asamblea Constituyente a un representante por Estados Unidos y Canadá que fue impuesto por Correa luego de seis días de campaña en la Unión Americana, pese a haberle informado sus propios partidarios que tenía una ficha policial en la Policía Técnica Judicial. "A mí no me importa, lo único que quiero es gente que vaya a votar por nuestras propuestas" fue la contestación de Correa a viva voz en un mítin realizado en un edificio esquinero de la Avenida Roosevelt y la calle 103 en Queens.
Nada ha cambiado en el país de la poliquería, la triquiñuela y el negociado. Sólo los rostros de los beneficiarios han variado. El presidente Correa es un Fabián Alarcón más crecidito, un Abdalá Bucaram sin acné y un Lucio Gutiérrez sin charreteras. Nada más.
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